Por Ma. Isabel Juárez
Para los visitantes y lugareños de Hunucmá es costumbre salir muy temprano en domingo para visitar el Mercado Municipal Nuestra Señora de Tetiz, aprovechan para comprar fruta, verduras, flores, carnes y una que otra curiosidad en ese colorido y vivo lugar.
En los pasillos externos se observan a las mestizas mayores extender una manta con montoncitos de calabaza local, rábanos, cilantro, aguacate, limones, naranja agria, chile habanero, x´catik, jícama y flores que ofrecen al paso de todos; vemos pavos, carne de cerdo, res y pollo colgados; hay quienes pasan en sus triciclos ofreciendo pan y dulces, otros exhiben ropa, mochilas, bultos, carteras, gorras y en los locales no pueden faltar las especias, recados, hierbas, esencias, hojas para tamales, plásticos, utensilios de cocina y casa.
Qué decir del interior del mercado, es una una espabilante ola de voces donde casi a gritos, todos quieren vender y muchos comprar, la mejor carne, el huevo, queso y fruta más fresca. Como es costumbre se hace presente la exquisita cochinita pibil y el lechón para desayunar en torta o tacos, con cebollita morada y salsa tamulada de chile habanero con naranja agria, es tal la religión en domingo por ello, que vemos una larga fila de personas esperando a ser atendidos, hay quienes piden surtida con higadilla, chicharra y su “grasita”, otros piden sólo maciza y va remojada en el caldillo del jugo pibil que suelta la carne, una bomba de colesterol que resulta irresistible y forma gran parte de la dieta de los yucatecos en general cada domingo por la mañana.
Doña Claudia es una sonriente y dedicada mujer que vende flores frescas en la parte exterior del mercado, arma los ramos con celoso cuidado como si se tratara de una pieza de rompecabezas donde congenia armoniosamente el color y el tamaño de las flores.
Esa calidez de los yucatecos y sus sonrisas cómplices entre ellos cuando preguntamos algo curioso de lo que venden, nos da la respuesta que muchos deberíamos aplicar de vez en cuando; no hay que preguntarle tanto a la vida, es sólo disfrutar los momentos, como ese domingo, hace mucho que no me levantaba tan temprano, salir de casa a un sitio distinto y encontrarme con esa grata sorpresa. Entré en un terreno que mis recuerdos de la infancia agradecieron cuando iba con mi abuela y la veía platicar y sonreír con todos quienes se encontraba a su paso. Hay que apreciar la naturalidad de una vida sencilla, respirar con la vista, oler con el tacto y sentir con el gusto. Regresar a esos sitios que el mundo moderno nos ha robado.