Las excavaciones revelan que un perdido asentamiento en la selva mexicana de Campeche desarrolló una sociedad basada en la soberanía alimentaria que desapareció misteriosamente en torno al primer milenio de nuestra era
Una sociedad sin evidencia de centro político-religioso y en la que los habitantes convivían en varios conjuntos dispersos sin deseos aparentes de dominio de uno sobre otro: las desconocidas ruinas mayas de Río Bec, ubicadas entre la selva del extremo sur de Campeche, en México, son un caso raro, pero un grupo de arqueólogos franceses está tratando de resolver sus misterios. Por excavaciones recientes, hechas este marzo, ahora se sabe que, además, fue un asentamiento desarrollado en torno a lo que hoy llamaríamos soberanía alimentaria, con sistemas parcelarios amplios, largos canales que conducían el agua de lluvia hacia zonas de captación y con un sistema de presas que no solo retenía el agua, sino también la tierra.
Esto fue clave, explica Eva Lemonnier, arqueóloga por la Universidad París I Panteón Sorbona, líder del equipo explorador, pues el sistema kárstico de la península de Yucatán tiene apenas una capa delgada de tierra sobre la dura y porosa roca caliza, lo cual ha dificultado históricamente la agricultura. Sin embargo, con aquel método de presas, podían obtener componentes de suelo natural, ricos en nutrientes, que luego trasladaban a los cultivos de maíz y otros productos. O esa es la hipótesis.
Lo que se sabe es que Río Bec aparece hacia los años 550 de nuestra era. El primer reporte académico que se tiene de estas ruinas, ubicadas sobre el actual ejido 20 de Noviembre, colindante a la Reserva de la Biósfera de Calakmul, es de finales del siglo XIX. Hacia 1930 se hicieron las primeras exploraciones y mapeos de los vestigios. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) restauró uno de los principales edificios en los 80. Y no fue sino hasta 2002 que un grupo de arqueólogos liderados por Dominique Michelet y Marie-Charlotte Arnauld, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), un organismo de investigación interdisciplinaria de Francia, emprendió un ambicioso proyecto de ocho años para descifrar los misterios que guardaba este sitio. Los exploradores dieron cuenta de decenas de asentamientos muy dispersos, separados entre sí por 200 y hasta 500 metros. Su organización sociopolítica estaba igual de atomizada. Cada asentamiento estaba encabezado por un núcleo familiar, que compartía tierras con sus demás parientes y que vivían en edificios monumentales con techos abovedados.
En sus textos académicos, estos investigadores resaltaron la atipicidad de Río Bec por no tener un centro político religioso, como sí lo tienen los demás sitios arqueológicos del país, donde suelen verse pirámides que son el corazón del asentamiento y luego el resto de casas sometidas al poder dominante. Les sorprendió también que Río Bec fuera el único sin conquistar por otros reinados, como el de los Kaan, que estaban en pleno apogeo y dominaban Calakmul y sus alrededores en esos tiempos. Al parecer, su mejor defensa fue su debilidad. Como no había un rey y como estaba ocupado por grupos sociales considerados jerárquicamente inferiores y muy dispersos entre la tupida selva, no fue de interés de los Kaan al no representar amenaza alguna. Así pudieron desarrollar un sistema parcelario sustentable sin presiones.
Una sociedad “organizada por barrios”
Para comprender mejor esto último, Eva Lemonnier, 49 años, investigadora del Centro de Estudios de Mesoamérica y Centroamérica (Cemca) de la Embajada francesa, emprendió en 2019 un nuevo proyecto titulado Campesinos y reyes. Formas alternas de Gobierno y de uso del suelo en Río Bec. El plan es visitar el sitio durante un mes cada año hasta 2026 para hacer nuevas exploraciones y resolver más dudas. “Este sitio es muy particular. Era una sociedad diferente, que se organizaba por barrios. Y en cada barrio había una casa grande monumental o dos, y luego casas más pequeñas, pero lo único es que todas tenían amplias parcelas agrícolas alrededor”, explica.
Lemonnier y el grupo de arqueólogos y agrónomos que la acompaña se está apoyando de imágenes láser Lidar tomadas en 2022 con las que se pudo saber que son más de 70 grupos de casas, y que revelaron información aún más valiosa, de un sistema arquitectónico e ingenieril destacado. “En las imágenes de un solo barrio se pueden detectar edificios que representamos con cuadrantes negros. Vemos también sectores con terrazas agrícolas en pendiente y con desniveles sobre los que luego ponían más tierra para hacer más grueso el suelo para sembrar. Se ven zonas hondas donde se almacena el agua en épocas de lluvia y todas estas líneas que ves son muros que tenían varias funciones: permitían dividir las unidades domésticas o parcelarias; pero también se usaban como caminos, senderos, y lo que estamos descubriendo ahora es que tienen una función hidráulica, para canalizar el agua hacia zonas más bajas”, dice señalando el mapa que hicieron con base en la teledetección.
Este año, ahonda la investigadora, se sumó al equipo Olivier Brunet, 25 años, otro arqueólogo francés, doctorante de la Universidad París I Panteón Sorbona, encargado de analizar todo este complejo sistema de producción agrario de Río Bec, desarrollado para conseguir la autosustentabilidad. Durante este marzo, Olivier realizó, por primera vez, excavaciones en torno a uno de esos muros para conocerlos a detalle, sobre un área de 20 metros cuadrados y donde se develó el último de los descubrimientos: un canal con una cortina como las que usan los sistemas de presas que conocemos en la actualidad. “Es el primer canal que vemos así, con un muro atravesado de un metro de ancho que tenía que ser muy resistente para aguantar la fuerza del agua y de la tierra que escurrían desde la zona más alta. Aquí, en esta cortina que acabamos de descubrir, se acumulaban los sedimentos; de aquí recuperaban suelo para colocarlo en las parcelas, en estos desniveles o terrazas que hacían para mejorar el cultivo. Esta era una muy buena tierra, muy fértil”, dice Lemonnier apuntando la zanja en la que encontraron también utensilios prehispánicos, próximos a examinar.
Lo que sigue en el proyecto, adelanta la investigadora, es analizar la memoria del suelo de Río Bec, examinar los fitolitos, que son partículas de minerales que persisten por milenios una vez que muere la planta y con los que se podrá saber qué cultivos sembraban. También se pretende esclarecer por qué, de súbito, desapareció este asentamiento humano enquistado entre la alta selva maya, hacia los años 1000, y que es, quizá, el misterio más grande a revelar.
Río Bec es un sitio arqueológico que no está abierto al público por falta de recursos del INAH. “Definitivamente, es un tema presupuestal. Anteriormente, el INAH llegaba así con su banderita y decía ‘ya llegamos’ y abrían un sitio, como ocurrió en muchos lugares del país. Ahora las disposiciones para la apertura de un sitio del INAH indican que tiene que asegurarse la tenencia de la tierra antes de abrirlo; tendría que haber una expropiación o algo para tener la posesión legal”, explica Adriana Velázquez Morlet, del Centro INAH Campeche, quien, sin embargo, niega que Río Bec sea un sitio olvidado por las autoridades federales. “Nosotros estamos en permanente comunicación con el equipo de arqueología que trabaja en el sitio, hablamos con la comunidad. Olvidado no está, pero, simplemente, es imposible pensar e abrir 50 o 60 sitios que podrían estar en condiciones para estar abiertos, porque hay que pensar en los compromisos presupuestales que eso implica: construir el camino, mantenimiento, difusión, personal, instalaciones”, justifica.
Domínguez aclara que todos los proyectos mencionados han sido analizados por el Consejo de Arqueología del INAH, encargado de evaluar su viabilidad. “En Río Bec siempre se han aprobado porque son equipos muy profesionales y reconocidos que están haciendo cosas muy interesantes”, dice.
Todo el trabajo que ha realizado Lemonnier y su equipo ha sido auspiciado por el CEMCA, la Universidad París I Panteón Sorbona, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, el Centro Nacional de Investigación Francesa, la Fundación Stresser-Péan, la Compañía CIMESA y ha sido posible también gracias a los vecinos del ejido 20 de noviembre, contratados temporalmente para excavaciones y trabajos de mantenimiento, de chapeo en las ruinas y en el camino que conduce hasta el sitio, de unos 20 kilómetros de largo.
El ejido tiene unas cien viviendas pequeñas y coloridas y fue fundado hace medio siglo por un grupo de expedicionarios que encontraron en medio de la selva un riachuelo, con el que regaron las parcelas en las que hoy los vecinos cultivan sus alimentos, según cuenta Alfonso Tamay Caamal, de 42 años, quien dice ser nieto de uno de los pioneros. Situado a más de 250 kilómetros de la capital de Campeche, los recursos del Estado no llegan y no hay sistema de agua potable. Por eso la comunidad se organizó hace unos años para implementar un sistema de captación pluvial en cada una de las casas.
Tamay Caamal es uno de los vecinos que asiste a los arqueólogos desde hace una década y participó en las excavaciones que revelaron la presa. Eso le ha ayudado a entender que los mayas que habitaron en Río Bec tenían muchas claves para vivir bien y en armonía con la naturaleza que pueden serles muy útiles ante los desafíos actuales. “Estamos viviendo la experiencia que ellos ya vivieron”, dice. “Aquí tenemos de todo, árboles frutales, nuestros cultivos. Si queremos comer un animalito, pues lo comemos. Y nada de andar respirando el humo de los carros de allá afuera”.