El cenote sagrado de Chichén Itzá es uno de los lugares más enigmáticos para la tradición maya y desde hace siglos se ha intentado explorar.
Entre el fango, el agua turbia y profundidades de hasta 13 metros, el cenote de Chichén Itzá aún resguarda varios de los tesoros más preciados del mundo Maya. Al menos aquellos que no han sido saqueados y permanecen en el fondo de estas misteriosas aguas, porque, hace más de un siglo varias piezas históricas fueron extraídas de este lugar sagrado y vendidas fuera de México.
El cenote sagrado de Chichén Itzá
Algunos de los primeros cronistas que dejaron testimonio sobre la vida en Yucatán durante los tiempos de la conquista y la Nueva España, como el misionero español Diego de Landa, dejaron registro sobre la importancia religiosa de Chichén Itzá. Aún después de la llegada de los españoles, la ciudad seguía siendo un importante sitio de peregrinación, sobre todo en sus sitios más sagrados como, precisamente, el cenote cercano al Templo de Kukulcán.
De acuerdo con los relatos históricos, los antiguos pobladores de Chichén Itzá se reunían en torno a este cenote, a cielo abierto y de unos 60 metros de diámetro, para realizar tributos y rituales en honor a Chaac, el dios de la lluvia en la tradición maya.
Varios de los registros de la época aseguran que estos actos religiosos incluían el sacrificio de fieles ataviados de ropas finas, las mejores joyas u otras valiosas ofrendas, como artesanías de cerámica o jade, con la esperanza de provocar la intercesión divina. Así, durante el esplendor de la civilización maya el fondo del cenote se fue llenando de invaluables tesoros, que no tardaron en ser recuperados por el primer hombre que tuvo los medios para hacerlo.
Siguiendo la leyenda
Edward Herbert Thompson, un arqueólogo y diplomático estadounidense que dedicó gran parte de su carrera al estudio de la cultura maya, escuchó sobre la leyenda del tesoro en el cenote sagrado de Chichén Itzá. No dudaría en intentar confirmarla y, desde luego, llevarse la mejor parte con él.
El interés de Herbert Thompson por la región maya lo ayudó a ser nombrado cónsul de Estados Unidos en Mérida, en 1885. Privilegiado por una posición diplomática, pudo explorar libremente durante los más de 40 años en que residió en la península yucateca y comprar una hacienda cuyos límites encerraban los, en ese entonces poco explorados, restos arqueológicos de Chichén Itzá.
Aunque desenterró varios descubrimientos por toda la propiedad, pronto se hizo claro que el objetivo principal tendría que ser el cenote. De acuerdo con los rumores, había varios misterios y, sobre todo, una enorme riqueza milenaria descansando en su fondo. Herbert Thompson convenció a varios inversionistas del área de Boston y obtuvo respaldo de la Universidad de Harvard para dragar el cuerpo de agua y recuperar objetos que tendrían un enorme valor arqueológico.
En los bordes del cenote se armó un mecanismo que, durante cerca de diez años, con periodos de poca intermitencia entre 1904 y 1914, extrajo el agua y recuperó varias de las piezas que habían quedado hundidas muchos siglos atrás.
Se estima que los trabajos de Herbert Thompson recuperaron cerca de 30 mil objetos invaluables para reconstruir el pasado maya, que, sin embargo, no permanecieron en el territorio mexicano para estudiarse o sacarles provecho.
Debido a que los intereses de Herbert Thompson y su inversionistas se encontraban en Estados Unidos, más específicamente en la región de Boston, todos los descubrimientos se hicieron camino hasta allá. Algunas de las piezas terminaron en colecciones privadas, pero la mayoría acabó en el Museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard.
Un modesto regreso a México
Años de complicidad, un desinterés general por la arqueología y la falta de medios para crear una regulación nacional que lo hubiera impedido, le permitieron al cónsul estadounidense saquear el cenote de Chichén Itzá y llevar sin ninguna repercusión.
Sólo el inicio de la Revolución Mexicana detuvo el dragado y fue hasta 1926 en que el Gobierno mexicano puso interés en el sitio y lo expropió, además de alegar que la compra de Thompson y todas las extracciones que realizó mientras fue dueño del terreno caían en la ilegalidad.
La demanda del Gobierno se extendió hasta 1945, año en que se determinó que el estadounidense no era culpable y fue absuelto de los cargos que se le imputaban. En cuanto a los objetos, algunos pudieron regresar a México después de intensas negociaciones del INAH en 1970 y otros tantos más recientemente, en 2008. Sin embargo, una buena parte de la colección sigue en Estados Unidos, incluyendo algunos en colecciones privadas, lejos del público.
Con información de Travesías